Poco o nada se sabe de Banksy con exactitud. Hasta el momento varios medios se han atribuido fotografías que prometían revelar de una vez por todas su identidad y entrevistas exclusivas con detalles jugosos que terminaron diluyéndose en juegos de palabras y en obviedades para vender portadas.
Sin duda alguna, en un mundo donde la privacidad está a un click de distancia, el claustro auto impuesto de Banksy ha contribuido en gran medida, por retorcido que parezca, al desarrollo de su carrera.
¿Fans? Millones, su estilo y forma de exponer sus obras lo acercó a las masas de una manera única, logró tocar la fibra íntima de un mundo más orwelliano que nunca, su talento en este sentido es incontestable.
¿Detractores? Otros tantos, un sector de la esquina más amarga de los críticos de arte desmereció y desmerece su trabajo por una supuesta ausencia de propuesta artística y/o técnica. Me es inevitable recordar que a finales del siglo XIX en París, la primera exposición impresionista de la historia, con Monet y Manet a la cabeza, fue decapitada también por los críticos de la época, dijeron que estos “supuestos” artistas pintaban así porque simplemente no sabían pintar.
Están también los que desconfían de la verdadera motivación de ese poderoso y pulido mensaje anti sistema que tantos beneficios económicos le ha reportado al gran Banksy hasta el momento. Todo su trabajo viaja en primera clase por las ciudades clave del negocio del arte y se subasta por cifras vergonzosas en las casas más prestigiosas del mundo del arte, la maquinaria detrás de cada stencil es mastodóntica.
En fin… a nosotros sólo nos queda disfrutar de su obra desde nuestros ordenadores o si tenemos suerte, pegada en las paredes de alguna gran urbe; pero siempre, sabiendo que Banksy no es el nuevo Che Guevara ni una versión de carne y hueso de V de Vendetta que vino a despertarnos de nuestro húmedo sueño capitalista. Banksy es sólo un artista que pinta revolución y nosotros, los que necesitamos una.